¡¡ Los equilibristas¡¡ gritaban los liliputienses de la
película de Fellini, haciendo vibrar la erre,
para enfatizar de esta manera el
anuncio de la llegada del circo. Las tardes cobreadas del otoño provinciano que
permitía el sol de un octubre precursor de lo invernal nos conducían a la feria
de un noble mediante la santificación del jolgorio planificado desde el orden
civil. Así, Lucas el del toro
evangelizador, se convirtió en adalid de la caseta y el pincho con
cerveza gracias a preceder al apellido del noble Iranzo. La carencia y escasez de medios de
comunicación de aquellos años de niñez no nos permitían enterarnos con
anticipación que llegaba el circo. Porque la feria era el circo. La cartelería,
poca por la escasez de papel, se concentraba
en los lugares más concurridos, y algún que otro ejemplar se exponía en los
barrios. Había sin embargo otro elemento que
ejercía de anunciador. El aire, que desde el recinto ferial ejercía de pregonero a los barrios altos con un
olor característico de aquella gran lona que albergaba la expectante ilusión:
las fieras. Era el olor de las fieras, y entre ellas la atención se fijaba en
aquellos leones que con su enorme melena y terribles fauces ocupaban la mayor
parte de la propaganda. De aquellas fieras desconocíamos casi todo, salvo ser
voraces devoradoras de cristianos en los circos romanos, según nos daba a
entender la enciclopedia Álvarez, única ventana de la cultura dirigida de
aquellas décadas. Algún que otro león aparecía de forma esporádica: fiero, estrangulado por Hércules, o manso a los pies
del evangelista San Marcos. Hoy las camadas de leones, se reproducen más en
Wall Street, que en el parque africano de
Serengueti, democratizando la ley del carnívoro: matar para vivir. Han
transformado su voracidad depredadora de cristianos por un menú de pobres y estúpidos avarientos
que creen haber encontrado la fórmula de la piedra filosofal en la especulación.
Los circos han venido cada vez a menos. Quizás porque el gran atractivo de la carpa
era el asombro y la ilusión, difuminados por los avances de la televisión y las
redes sociales, otro gran circo adaptado a la oferta consumista. Ya no hay
magia, y el truco se ha convertido en estafa y engaño. Porque ya no se trata de
sacar nada de la chistera. Todo lo contrario. Meter en ella cuanto más se
pueda. Los equilibristas son ahora los que con tres trabajos temporales no
llegan a final de mes. Así andamos cuando el circo de nuestra estrella central
se ha apagado. Se acabó todo lo que giraba alrededor de él.
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