4 de diciembre de 2020

LOS EQUILIBRISTAS

 


¡¡ Los equilibristas¡¡ gritaban los liliputienses de la película de Fellini, haciendo vibrar la erre,  para enfatizar de esta manera  el anuncio de  la llegada del circo.  Las tardes cobreadas del otoño provinciano que permitía el sol de un octubre precursor de lo invernal nos conducían a la feria de un noble mediante la santificación del jolgorio planificado desde el orden civil.  Así, Lucas el del toro evangelizador,  se convirtió  en adalid de la caseta y el pincho con cerveza gracias a preceder al apellido del noble Iranzo.  La carencia y escasez de medios de comunicación de aquellos años de niñez no nos permitían enterarnos con anticipación que llegaba el circo. Porque la feria era el circo. La cartelería, poca por la escasez de papel,  se concentraba en los lugares más concurridos, y algún que otro ejemplar se exponía en los barrios. Había sin embargo otro elemento que  ejercía de anunciador. El aire, que desde el recinto ferial ejercía de pregonero  a los barrios altos  con  un olor característico de aquella gran lona que albergaba la expectante ilusión: las fieras. Era el olor de las fieras, y entre ellas la atención se fijaba en aquellos leones que con su enorme melena y terribles fauces ocupaban la mayor parte de la propaganda. De aquellas fieras desconocíamos casi todo, salvo ser voraces devoradoras de cristianos en los circos romanos, según nos daba a entender la enciclopedia Álvarez, única ventana de la cultura dirigida de aquellas décadas. Algún que otro león aparecía de forma esporádica: fiero,  estrangulado por Hércules, o manso a los pies del evangelista San Marcos. Hoy las camadas de leones, se reproducen más en Wall Street, que en el parque africano de  Serengueti, democratizando la ley del carnívoro: matar para vivir. Han transformado su voracidad depredadora de cristianos  por un menú de pobres y estúpidos avarientos que creen haber encontrado la fórmula de la piedra filosofal en la especulación. Los circos han venido cada vez a menos. Quizás porque el gran atractivo de la carpa era el asombro y la ilusión, difuminados por los avances de la televisión y las redes sociales, otro gran circo adaptado a la oferta consumista. Ya no hay magia, y el truco se ha convertido en estafa y engaño. Porque ya no se trata de sacar nada de la chistera. Todo lo contrario. Meter en ella cuanto más se pueda. Los equilibristas son ahora los que con tres trabajos temporales no llegan a final de mes. Así andamos cuando el circo de nuestra estrella central se ha apagado. Se acabó todo lo que giraba alrededor de él.


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