8 de diciembre de 2020

EL DESIERTO DE LOS VALORES

 Tengo suerte cuando mi libre capacidad de opinar, de hacer un juicio sobre algo o alguien, puedo exponerla en un lugar al alcance de un número determinado de personas, en esta ventana de papel. Lo hice en numerosas ocasiones de forma verbal con mejor o peor fortuna en otros tiempos y lugares. A veces para converger, otras para discrepar. En esta última ocasión, he sido adversario leal. Durante el transcurso de la vida de aquellos organismos que forman parte del conjunto social, estos, cada periodo de tiempo se renuevan democráticamente. Lo hacen con sus órganos internos y en ellos se toman decisiones que afectarán al devenir futuro y al fin para el cual fueron creados. La democracia de la decisión se sustenta en la mayoría de aquellos que tienen capacidad para decidir. A veces las decisiones puede que no gusten a un conjunto que no llega a alcanzar el suficiente nivel cuantitativo de consenso para que su opción, del tipo que sea, consiga ser la de mayor aceptación democrática. Incluso puede que la diferencia sea mínima. En este caso, es donde destacan aquellos líderes que al día siguiente de producirse el plebiscito deciden tender la mano generosamente y buscan todos aquellos puntos de consenso que hacen volver a unir las diferentes opciones fortaleciendo el organismo de cuya máxima representación son responsables. Por otro lado, la democracia lleva implícita un contrato de aceptación de reglas y por tanto el respeto a las mismas. Eso es lo que denomino lealtad a las reglas del juego. No siempre es así. Para algunos, desgraciadamente, ese “deber estar” se supedita a la pretensión no alcanzada, subvirtiendo la democracia y la regla. Inician pues una guerra sucia de poner palos en las ruedas de todos aquellos vehículos que canalizan las decisiones legítimas. Siembran el camino de obstáculos de oculta autoría o simplemente cercenan recursos. Cuando las instituciones que albergan a esta plaga de termitas de la democracia miran hacia otro lado y permiten su reproducción, quedan contaminadas. Lo que fue referencia y valor durante muchos años se disipa y el horizonte se queda sin guía. Como una noche oscura en un desierto. Así, andando a ciegas suelen perecer quienes buscan un camino o una salida de un páramo con la brújula de los valores estropeada. En la religión, la fe salva muchas veces las oscuridades y las pérdidas. En el ámbito de otras instituciones como las políticas o sindicales, cuando las ideas quedan relegadas por la ambición y la falta de ética, entonces por mucho que se empeñen, todo será desierto.

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