26 de febrero de 2012

PROLOGO APOCRIFO AL LIBRO
“LA CUARTA CATEDRAL DE JAEN”





Suele ser costumbre el recurrir a la erudición de algún reconocido tratadista en la materia que versa una obra, para con un prólogo, apoyarla una vez terminada esta. Pues bien, no concurre en mí ningún mérito científico ni literario que pueda justificar tal método, de ahí su carácter apócrifo, entendiendo por tal su significado de supuesto o fingido.

Sin embargo comparto con el autor de la obra el único bien que nos pertenece: el tiempo. Comparto presentes para hablar de pasado y de futuro y en esos diálogos llevo escuchando hace tiempo a mi amigo Matías engarzar los sonidos de las piedras catedralicias.

Hacer hablar a la piedras es un viejo refrán, pero también debe ser un artificio cuya mecánica desconozco y que por los relatos que he ido escuchando, Matías Raez debe de haberlo adquirido quizás de algún viejo trujamán encontrado por esos viejos callejones magdaleneros, o conseguido en un secreto pergamino de la cábala encontrado entre las malvalocas de algún solar de la extinguida judería giennense.

El caso es que mi ya consolidada otoñez me ha permitido visitar innumerables veces nuestra Catedral con lo cual podría presumir de un completo conocimiento, al menos visual de nuestra joya renacentista. Y me doy cuenta que la historia no es sólo la ortodoxia del relato, la nota docta del experto artístico o la visión estrictamente religiosa.

Todo cabe y debe de sumar para ensalzar la armonía de lo que se eleva desde el fondo del corazón buscando conectar lo terrenal con lo espiritual, y así de forma popular y sencilla, el autor muñe su venturoso afán de explicar esta monumentalidad identitaria de la ciudad de Jaén: su catedral.

He seguido a Séneca en lo de “gastar el tiempo de forma provechosa”, y en esos desembolsos he aprendido de la boca de Matías interesantes explicaciones sobre las cenefas, animales y gárgolas de la vieja catedral gótica, cuyas fieras expresiones nunca amedrentaron a los que dieron lugar a la denominación de “callejón sucio”, al que discurría aledaño a la cara norte de este templo. No falta en su relato el detalle descriptivo de los artífices, Vandelvira, López de Rojas, etc., como tampoco la leyenda de la ternura de las lágrimas de los angelillos de la Virgen de las Angustias, al igual que consejos como “subir despacio las escaleras de las galerías”, lo que sigo mas por la edad que por la didáctica propuesta.

Concluyo con las mismas consideraciones que le hice a título personal en su anterior libro de Leyendas y que creo cierra adecuadamente esta pretensión de prólogo a este título de La Cuarta Catedral de Jaén : El viejo Tucídides en uno de sus relatos históricos hablaba hace dos mil quinientos años del “reconocimiento de los hechos” a los hombres sabios. La literatura es un campo ingrato para ello y esta ciudad más inhóspita todavía, así que voy a tratar al menos de que estas líneas tengan un efecto balsámico temporal de este mal endémico.