28 de diciembre de 2022

LA ÚLTIMA HOJA

 

En los otoños hay una música que colorea los vestidos naturales de las arboledas. Son los álamos y las choperas de las frondas de los ríos, los  primeros que se dejan acariciar por los ponientes dulzones y se ruborizan utilizando los tonos amarillos y ocres para finalmente dejarse llevar en un baile lento y acompasado. En su danza van buscando posarse en aquellos huecos en donde el rigor de la seca dejo al descubierto la tierra yerta  tapizándola de colores, arropando maternalmente a la Pacha Mama para que bajo su capa nuevamente los verdes vuelvan a renacer. La naturaleza se adorna de esa lirica de colores para enmarcar el inexorable ciclo que permite el tránsito de la renovación, enajenándolo de  tragedia para revestirlo de la estética necesaria que debe acompañarla en este trecho biológico. Los “sapiens”  de hoy medimos el tiempo, porque vivimos desacompasados de las pautas ancestrales. Los tiempos naturales son ajenos a nuestros relojes y calendarios. Estos últimos, a modo de arboles,  se arraciman de hojas artificiales, que dividimos en días a los que les asignamos tutelas, protecciones de divinidades y santorales, advocación arrastrada desde las antigüedades clásicas. Satisfechos o no, de estas protecciones arrancamos las hojas estableciendo nuestro propio orden, a veces sin darnos cuenta que en las fechas que las componen se esconden hechos terribles de cuyo recuerdo nos libramos mandándolos a la papelera que se constituye en pozo del olvido y en relajo de conciencia cínica. En ocasiones, el olvido y la dejación que son trampas para luchar contra el inevitable alcance del tiempo, nos llevan a intentar artificiar la tesis de Agustín de Hipona de que el tiempo sólo es presente, sin pasado ni futuro. Pero eso por más que queramos, el espejo a diario nos muestra que los presentes son efímeros y como las hojas nuestros apéndices vitales comienzan a desgajarse. La cuestión más que agustiniana es senequista. Es tomar conciencia en qué lo empleamos de forma provechosa, con la plenitud aceptada de los ocres y amarillos naturales. Al hilo de ese artificio de la última hoja que marca un final, hay otro más natural: lo que empieza de nuevo, que en cuarta acepción de la RAE, nos dice: Nuevo.- “Distinto o diferente de lo que antes había o se tenía”. Pues se trata de eso. Distinto al avance de las autocracias y la ultraderecha; distinto al descrédito de la justicia. Distinto a esa repetición de la especulación de bienes primarios y de la alimentación, con el consiguiente daño a las clases más desfavorecidas económicamente. Distinto al aumento de la violencia de género. Distinto para que nuestra democracia, no se devalué más. Distinto para concienciarnos de la gravedad del cambio climático. Arranque la última hoja, pero no la tire, sino quiere que las piedras caigan en su  propio tejado. Lo mejor para el cercano año 2023, pero sobre todo que sea distinto.

4 de diciembre de 2022

LA NUEVA ENEIDA

 

Seguro que han oído hablar de Homero o han leído alguna de sus dos obras clásicas: La Iliada yla Odisea. En ambas, la sociedad griega buscó sus orígenes. Sus héroes y sus dioses, formaban parte de la tradición oral legendaria que luego es pasada a la escritura. Roma no tuvo esa suerte, pero Augusto le encargo al gran Virgilio la escritura de La Eneida. En ella se inventaba un gran pasado ficticio que colocaba a Roma a la altura de los griegos y de su legado,emparentando a sus primeros reyes con los dioses de la Grecia homérica. De esa forma los primeros régulos legitimaban un poder que venía otorgado por las divinidades. Los americanos, me refiero a los del norte, no han podido articular nada sobre su pasado, del que apenas han trascurrido cuatrocientos años. A cambio nos han mostrado un presente reinventado por los nuevos virgilios. La novela y principalmente el cine se han encargado de transmitirnos una imagen de verdades a medias. Es cierto que la revolución francesa de 1789 ve la luz dos años después que la de Estados Unidos 1787, pero también es cierto que en esta última están presentes valores de la vieja Europa asentados en el nuevo continente. América fue el horizonte lejano y buscado al que emigró el turco Elia Kazan elaborando una película como “América,América” en la que nos muestra su personal viaje, como Odiseo. Las modernas versiones del denominado “american way life”, nos mostraron un estilo de vida azucaradamente deseado en los social, económico y hogareño. A veces existen cosas que mandamos a ultramar y vuelven mejoradas, como nuestros palos flamencos. Otras cosas no solo no mejoraron, sino que empeoraron. Entre ellas la democracia, y el estado del bienestar, al menos como se formula en Europa. Si miran las estadísticas de personas mayores de 65 años, la diferencia en los unidos estados de Norteamérica y Europa, es abismal. Poca gente llega a los setenta y menos aun a los ochenta. Un modelo social muy dolarizado, para aquellos que su fortuna se lo permite. Los demás: desafortunados. Un escalón cuyo tamaño aumentó a partir de los años setenta. La sociedad americana se ha radicalizado escorándose hacia la extrema derecha expandiendo teorías como el terraplanismo o el creacionismo, para finalmente, asaltar el Capitolio poniendo la guinda a este pastel que intentan exportar al viejo continente. Todo es justificable en estos modelos y así podríamos terminar con un final americano al estilo Billy Wilder en el film, “Con faldas y a lo loco”: Nadie es perfecto.

 Lo de Virgilio sigue dando resultado.