26 de mayo de 2014

UNIVERSIDAD SIN EDAD, CULTURA SIN FRONTERAS

Me confieso senequista en aquella parte de disponer del tiempo de uno sin que se lo roben, ni se malgaste como único bien que realmente poseemos. Tras terminar anticipadamente la etapa laboral por exigencias de mercado y otras de voluntariado social, tenía marcado en el calendario el llevar a cabo la enseñanza de nuestro  cercano filósofo cordobés, Séneca.
Hacer el tiempo mío. Y en ese arte de utilizarlo  de forma óptima, la Universidad de Jaén me ha abierto el mejor camino.
En el mes de Octubre pasado inicié mi primer curso de la Universidad de Mayores, después de haberlo pospuesto varias veces. Y lo hice de forma ilusionada al volver a entrar en un campus universitario como alumno  sentándome en un pupitre a escuchar las exposiciones docentes rememorando mis tiempos ya pasados en la Universidad de los años 70.
Cómo escuchábamos ayer, después de  que las cenizas del tiempo le blanqueen a uno el pelo, vuelvo a  descubrir  conceptos, ideas y personas. Marcos de cultura que no pudieron ser abordados por circunstancias.  Rostros perdidos en el marasmo del tiempo y reencontrados como alumnos o como profesores.
También rostros nuevos. Igual de gratos que los reencuentros.  Son las otras asignaturas. El conocimiento tamizado por los años y la experiencia personal  de la vida que se constituyen en fuente enriquecedora de enseñanza. Es el ÁGORA (del griego ἀγορά, asamblea,) DEL TIEMPO, en donde todos/as aprendemos de todos/as.
Me es grato compartir los bancos docentes con personas que siguen buscando lo que nuestros padres griegos llamaban la PAIDEIA (en griego παιδεια, "educación" o "formación").Bajo este concepto se resumían elementos como la gimnasia, la retorica, poesía, literatura, matemática, etc., que los romanos luego llamaría “humanitas”, es decir el humanismo cívico.
Por tanto no venimos a iniciar ninguna carrera, sino a terminarla, a perfeccionarla y a ser capaces de aprehender para transmitir.
Grupo Primer curso Universidad Mayores con nuestro
 profesor .D Eduardo Araque
Acabamos de terminar nuestro primer curso y esto ha sido posible gracias al programa de la Universidad de Mayores de la UJA, que ha entendido que la formación no tiene edad. Que ha entendido el papel que los mayores desempeñamos en  la sociedad. Un  status que nada tiene que ver con el que contemplábamos hace veinte o treinta años, por el    que el cese en el mundo laboral se producía a los 65 años, convirtiéndose en las denominadas “clases pasivas” a todos los efectos, en lo económico y en el rol  social.
Hoy somos “clases activas” y vitalmente necesarias para las generaciones que nos suceden. La expulsión temprana del mundo laboral junto con el avance en la vida media ha cambiado totalmente la estructura grupal de los mayores. La actual situación de crisis económica nos ha colocado además como atenuadores en el área familiar de las carencias generadas por la crisis.
Insisto en que la UJA ha  interpretado perfectamente el presente y pone a nuestra disposición una herramienta para mejorar el futuro, que además de en manos de los jóvenes también está en las nuestras, ahora más que nunca. Como encabezo  este artículo: Una universidad  abierta a todas las edades es la mejor  puerta a una cultura sin fronteras.
Finalmente una aclaración disculpatoria. Yo fui de “ciencias”, como se decía en mi época debido a las circunstancias de esta. La carrera de humanidades que no pude hacer entonces, no me impidió libremente autoformarme en sus disciplinas, por eso comentaba antes que ya no venimos a iniciar una carrera sino a terminarla, a completarla. Nuestro margen vital se nos acorta, de ahí la importante valoración del apoyo que ahora se nos presta.
Termino con la despedida del sabio cordobés citado: Que sigáis bien.




8 de mayo de 2014

JABALCUZ: LA SIESTA DE LA DESIDIA


El tiempo le desvela a uno muchas cosas, pero pasada la edad media que llaman al lustro largo, no queda espacio más que para la razón y la realidad cruda.


Debajo del monte negro no había ningún volcán y sus aguas termales lo son por otras circunstancias geofísicas diferentes al vulcanismo. Siempre es tiempo de aprender. Y de Jabalcuz hay que hablar no solo por este descubrimiento, aunque sea tardío, sino por otras negras cuestiones.

Hablar hoy de las termas de Jabalcuz es como hacer una monografía de los extintos dinosaurios, e intentar a través del ADN de la historia, resucitar algo que formó parte de un paisaje de su época, pero que ya no existe. Para saber porqué se extinguieron estas especies que tiempo atrás llamaban antediluvianas (como si no hubiera llovido después) hemos tenido que esperar muchos años. Lo de Jabalcuz ha estado claro siempre.

Jabalcuz y su balneario era parte pro indivisa de un entorno único. Utilizo el término jurídico proindiviso, para dar una idea clara de la gran dificultad que supone romper esta unidad, y en el caso de que se logre el resultado final es una devaluación de lo que se fracciona, de lo que se somete a esta rotura.

Las termas, los jardines anexos, las casitas ocupadas por veraneantes, la abacería y la taberna de María eran un todo.

Pero ese desamor genético que nos caracteriza, propició la desprotección urbana del paraje, que no fue casual en la medida que la especulación y el beneficio conspicuo del ladrillo se adueñaron de Jabalcuz y asolaron el paraje. Sin una voz; sin una lágrima; agachando la cabeza, porque las cosas son así. Como el cine Cervantes, como la judería.

Es la “siesta de la desidia” permanente de esta ciudadanía que espera que las cosas se solventen mediante la taumaturgia o la chamaneria.

Jabalcuz ha sido aprovechado por los políticos como falsa moneda acuñada en el Banco del Incumplimiento y del Despropósito, removiendo el estanque de la nostalgia para sacar rédito electoral, que se desvanece con el suspiro del tiempo.

Hay nostalgias que solo conducen a evocaciones estéticas para acallar la conciencia de las obligaciones incumplidas como ciudadanos.

Cada cierto tiempo, y para acallar esta conciencia del pecado civil de la indolencia, el paisaje de Jabalcuz es llorado en manifestaciones sublimes, para evocar su recuerdo. Un réquiem laico que aun siendo muy hermoso no resucita a nada ni a nadie.

Las ciudades que han cuidado de su pasado son las que tienen un buen futuro. Con un pasado como este no hay porvenires que valgan.