21 de diciembre de 2019

LAS DAMAS DE PRAGA




Un callejón angosto en Praga. No recuerdo su nombre. Al menos con seguridad. Puede que fuera Belemska, pero la memoria no me lo sugiere con claridad.  Sin embargo, me queda la nítida  imagen de aquella tienda de máquinas de fotografías, ancladas en un pasado que detuvo muchas cosas. Un escaparate de asilo arqueológico. De tiempo congelado. Unos metros más abajo,  en otro viejo edificio que intentaba sobrevivir al calendario, conocí a las damas de Praga.  En su interior, dos habitaciones de paredes cubiertas por el polvo, impedían descubrir el color que le fuera asignado antaño. Dos ventanas altas y estrechas, recogían  la escasa luz de la calleja. Desde esas paredes algunas docenas de miradas me atraían poderosamente, porque ninguna de ellas repetía reflejos o sentimientos. Eran miradas de mujeres. Algunas serenas, dulces, reflexivas, soñadoras, lejanas, pícaras, provocadoras, otras de terror, de lejanía, de contemplación, inquisidora, interrogante, misteriosa.  Permanecí durante un buen rato en aquella sala, con la sensación de ser objeto observado a la vez que trataba de descifrar qué se ocultaba tras cada una de aquellas miradas. A la salida, una pequeña librería en la que adquirí un álbum de gran formato que contenía buena parte de estas obras.
 ¿Le gusta Mucha? Me inquirió el librero. Asentí a su pregunta,  -pero me llevo una colección de miradas- . Pertenecían a los rostros femeninos que Alfons Mucha plasmó en su pródiga producción de cartelería, de la que una buena muestra colgaba de aquellos muros. No oculto mi gusto por el Art Nouveau, pero aquel encuentro casual me proporcionó la oportunidad de ahondar en la obra de este pintor para valorar lo excepcional de su diseño.

Además, a qué venía todo esto. Ya me acuerdo.


Hoy es el día del sol invicto, del solsticio de invierno. Empieza el invierno que siendo sustantivamente masculino, es representado alegóricamente por Mucha por otra figura femenina que destaca sobre un fondo yermo, con naturaleza despojada ya de su otoñal vestimenta y en la que la nieve hace presencia. La alegoría se cubre con una blanca túnica de la que sólo es visible su rostro. Unos ojos que miran hacia algo que ha quedado atrás. Quizás desconfiados.
 No lo sé. Nuevamente los ojos y la mirada.