8 de diciembre de 2020

ACÁ Y ALLÁ

 Mi padre me mandaba a pelar a la barbería de lo alto de la calle de Los Caños. Realmente estaba en un rellano de la calle Martínez Molina. Una fachada perpendicular a esta vía que la estrangulaba con la confitería La Campana en la otra parte. El local lo regentaba Emilio, hermano del cura párroco de la iglesia de La Magdalena, cuya vivienda estaba a una decena de metros de esta industria. Los curas y los barberos han sido siempre personajes importantes. Un dúo en cuyas manos se ha muñido la vida y las miserias del paisanaje que giraba en su entorno vital. A sus oídos iban a parar lo más selecto del mentidero. Las lenguas se aproximaban bastante más afiladas que las navajas. Rasuraban y degollaban sin destreza ni piedad. La butaca de la barbería tenía una gran ventaja frente al confesionario. En primer lugar no había que ponerse de rodillas, y con la palanquita del pie del sillón, te subía convenientemente para quedar a la altura necesaria. El barbero, al contrario que en el confesionario, ejercía su oficio de pie, con algo más de incomodidad, pero le permitía una libertad de movimientos, de los que carecía el oscuro cajón eclesiástico. El tiempo del rasurado de barba o del pelado, daba lugar a confesiones bidireccionales, cuestión esta que el derecho canónico no permitía. Finalmente la absolución barbera no comportaba penitencia alguna. Es más, una buena propina permitía salir con una dosis de colonia varonil. Chismes de toda índole y pecados de lo más variado eran controlados por aquel dúo. El local de la barbería venía a ser una especia de sacristía laica. Cura y barbero blandían en sus manos dos herramientas fundamentales. Una para la vida del más allá y otra para la del más acá. La mano que se levantaba y perdonaba tus pecados te abría nuevamente las puertas a la vida celestial. La otra mano manejaba una afilada navaja que se deslizaba varias veces por tu cuello y cuya destreza impedía que pasaras a la otra vida. Sin duda alguna ambos personajes compartían el depósito de confianza necesario para salvaguardar ambas vidas: la terrenal y la otra. No debe ser casualidad que D.Miguel de Cervantes introdujera para su universal obra del Quijote a estos dos personajes, el cura y el barbero, con la misión novelesca de reconducir la locura de Alonso Quijano hacia la razón ordenada. Otro D.Miguel, en este caso Unamuno en su obra Vida de D.Quijote y Sancho los retrata: Ante un acto de heroísmo, de locura, a todos estos bachilleres, curas y barberos no se les ocurre sino preguntarse ¿Por qué lo hará? Nunca entendieron la razón de la sinrazón.

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