23 de julio de 2019

TIEMPOS Y HORAS


TIEMPOS Y HORAS
Los días transcurren ahora de otra manera. La pauta urbana que controla el ritmo diario de nuestros latidos, ha desaparecido. El limitado horizonte de las paredes que encajonan nuestras miradas se han roto. Los acrílicos colores  que nos rodeaban con adecuada uniformidad elegida han sido sustituidos por la aleatoria combinación que proporciona lo natural. Ahora la amplitud del paisaje permite una libre elección del disperso orden de colores que han ido salpicando los fondos marrones y blanquecinos de esa gran pantalla que ofrece el valle del Guadalbullón, con el pico de Moroche sobrepuesto a los grises de la imponente Sierra Sur. Un cuadro de colores modificados por la mano antrópica en el que los amarillos del cereal han sido sustituidos por el verde oliva, que circundan esos puntos de pincel blanco  marcando los cortijos y caserías de las faldas medias y bajas de la sierra. El reloj se ha quedado colgado en el mismo clavo en donde reposaba la vieja llave de la cuadra. Ya no marca las horas, tal como deseaba la canción lejana de Lucho Gatica. Tras el alba, y un poco más arriba del caserón del Espeso, la serrezuela de Pegalajar deja asomarse los primeros rayos de sol que se filtran entre las tupidas ramas de los pinos y las luces y las sombras comienzan a derramarse por la lonja de la casería para ir marcando en el suelo el transcurso de la jornada. Sin segundos, sin minutos, sin horas.
Del valle del río, sube en los atardeceres una brisa que mitiga en parte el rigor veraniego y ordena silenciar el canto monótono de las cigarras que durante el día acompaña al entorno, huérfano ya de tordos, jilgueros y verderones.  Nos anuncia que el día comienza a tocar fin y entonces fijamos nuestra vista hacia el sur para ver como el sol en su caída pinta de bellos e infinitos matices  esa sierra que domina el punto cardinal.
A veces la brisa cesa. Deja paso a un tórrido vendaval de aire, que viene cargado de cuentos e historias de oriente lejanos, que quedan prendidas en las ramas de los pinos; entre ellas se hablan y cantan: es el aire solano. Arranca las flores secas del adelfar y alfombra el paseo que transcurre entre higueras y algún que otro frutal más.  Este viento fuerte y hasta molesto limpia los ramajes de viejos nidos y hace caer alguna que otra historia, que son recogidas entre las agujas secas del pinar, como esta que ahora os relato.  La columna y quien está tras de ella se aprestan a ver como pinta la uva y su madurez, para volver cuando las higueras estén en su mejor sazón.

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