4 de abril de 2019

DEGENERANDO





La presentación de listas a las próximas elecciones, ha sacado a la luz el fichaje de algunos toreros para engrosar las filas parlamentarias. He buscado en los anales de la política española alguna referencia previa que tuviera similitud con que  profesionales del toreo hubieran cambiado las artes de Cúchares, por las de Sagasta. No he encontrado nada. Como tampoco me suena que ningún torero se haya pronunciado, tiempos atrás, ante los muchos problemas sociales o económicos que acucian a España. Más bien han procurado mantenerse al margen de todo e ir a lo suyo que es engañar al toro con la muleta, cortar orejas y rabos,  y conseguir una buena hacienda con su correspondiente ganadería.
Al parlamentarismo español, bastante polarizado en estos últimos tiempos, con el verbo grueso, desmedido e insultón, no le faltaba más que añadir este ingrediente de  irreconciliables pasiones taurinas, para volver a aquella España de: Viva Lagartijo, muera El Guerra.
Imagínense una sesión de nuestro Congreso en la que su Presidente, saque el pañuelo blanco, para cambiar de suerte en la palabra. O que el interviniente brinde su discurso, montera en mano. O,  a sensu contrario, una mala tarde de un torero, sea castigada con una moción de censura, en vez de la tradicional tirada de almohadillas.
El desempeño de la representación ciudadana requiere, en mi opinión, una trayectoria mínima que acredite por lo menos esa voluntad de servicio al colectivo común. Independientemente del color político, al menos seriedad. La política no puede convertirse en un cartel de Las Ventas en San Isidro.
Se cuenta una anécdota del gran torero Juan Belmonte,  conocido por el Pasmo de Triana, que en una corrida de toros una persona relevante le pregunto al “maestro” por un tal Miranda, que había sido banderillero suyo con bastante arte  en colocar los palos. Y contesto Belmonte: Ahora está de Gobernador en Huelva. El contertulio asombrado volvió a preguntar: ¿Y cómo ha llegado hasta ahí? A lo que el Pasmo de Triana, genialmente contestó: Pues degenerando, degenerando.
Es norma de lógica, que en el Congreso haya políticos, y en las plazas de toros, toreros. El mundo del revés, puede formar parte del artificio literario, pero nunca de la política  Pero además es lo que le conviene a un país para progresar y consolidar su democracia.
 Sin ocurrencias

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