8 de agosto de 2016

ATALAYA DE LA ARMONIA

Unos 1500 años atrás las privilegiadas clases por el orden nobiliario, económico o social, escogieron el altozano del cerrillo del Salido en La Guardia como distinción en el descanso eterno de sus espíritus.
 Quizás debieron hacerlo antes en vida, y buscar la paz interna antes que la eterna. En ese promontorio me acomodo en más de una ocasión a las últimas horas del día declarándome ajeno a estas ventanas de la muerte que lo horadan, para contemplar como las sierras del sur y del este son acuareladas en las postreras luces, por un sol que da lo mejor de si, sabedor de su ocaso. Una pincelada solar que viste cada rincón de colores y volúmenes  desconocidos,  no imaginables en el transcurso de la imagen que nos traslada el resto de día. Luminosa, si, pero plana y uniforme.
Nos descubre la belleza de las sombras, y trasgrede nuestro imaginario por el que sólo la luz es creadora de la imagen, cuando no hay una sin otra. Y en ese juego transcurre la propia existencia.

Es en la contemplación de la imagen bella, plástica, pero tras la  que avanza de forma inexorable el manto que la sombra poseerá, la que permite reflexionar; es la que se enreda en el interior profundo del ser y lo transmuta en serenidad y paz. Saber que serán instantes cortos, pero que como las glicinas se enredarán en tu interior de forma permanente para hacer florecer tus primaveras cuantas veces desees, incluso en los inviernos más crudos.

Me gusta referirme a mis grandes maestros, los griegos de hace 2500 años y declarar como Pericles: Nosotros amamos la belleza. Porque en esa vocación se alcanza el sosiego, y la paz, que son el regalo de esa pesquisa, el camino hacia la armonía.  

Porque no es una búsqueda exclusiva de la estética, sino del mensaje que trasciende  y permite igualmente valorar el instante y el momento, sin buscar la continuidad del mañana, ni si quiera la estética de las estrellas de la noche, ni del amanecer que las vencerá. Es  esto de complicado entendimiento y más que lo acompañen a uno en este artificio de las ideas.

La mística generosa de la naturaleza, sustituida hoy en día por la superficialidad y por la valoración exclusiva de lo material nos aparta cada vez más de la civilización.

Es difícil entender la locura griega, pero como decía al principio, desconozco como es la paz eterna del alma, pero con toda seguridad aquellos visigodos que la buscaron en ese mirador privilegiado,  la hubieran encontrado en vida dejándose acariciar por esos atardeceres; menos duradera, pero infinitamente mas bella.  Opción propia de la cultura mediterránea. No debemos olvidar que nunca pertenecieron a ella, y que los romanos los denominaban “barbaros”, es decir: extranjeros, ajenos a la cultura propia.

Por eso prefiero sentir y sentirme de manera profundamente griega, civilizadamente griego.

Σ 'αγαπώ , εσείς που είστε ομορφιά
S 'agapó , eseís pou eíste omorfiá






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