4 de julio de 2019

MUY AGRADECIDO


Por Junio acaba el curso escolar. El tiempo le borra a uno la fecha exacta del día pero el recuerdo de otras cosas permanece inalterable. Mi escuela era el Grupo Escolar de Mariano Velasco, en la Magdalena. Me queda una visión imborrable de mi periplo escolar. No era una escuela al uso, pese a su ubicación en un barrio de extracción humilde y precaria que era el cuadro general de la mitad de la década de los cincuenta, para una parte de la población. Tenía una escuela enfrente de mi casa, la de Los Caños, en lo que fueron las Carnicerías, hoy abandonadas por la incuria. Sin embargo mi padre no erró en la elección. Aquella unidad escolar magdalenera, disponía de una biblioteca. No era excesivamente grande, pero sus acristaladas mamparas fueron la mejor ventana por la que el mundo futuro de Verne y las aventuras de Salgari, se colaba por aquellos vidrios turbios. Teníamos un comedor en el que se proporcionaban treinta o cuarenta comidas diarias, de asistencia periódica obligatoria para no hacer distinciones de la necesidad. La comida se recogía diariamente en el Hospicio de Mujeres (Palacio de Villardompardo), con un carrillo que portaba aquel perol inmenso. Había cola para llevarlo. En la misma planta baja se ubicaba una sala que denominábamos “la mecánica”. Allí se impartían clases de carpintería, ajuste y algo de electricidad, para aquellos alumnos a los que se adivinaba que los estudios nos les acompañaban. Finalmente, en la última planta, una habitación soleada, orientada hacia el castillo, albergaba cientos de canarios que eran cuidados por los alumnos más aventajados. Le llamábamos “el coto”.  Todo esto hubiera sido imposible sin la dedicación de los maestros que en aquel grupo impartían su docencia. D.Angel Martínez López en los parvularios, D.Luís Martínez Piña, Director y maestro del segundo grado, D.Adriano León, regía el tercer grado y compartía las clases de “la mecánica” con D.Armando Zamorano Real, a cargo del último de los cuatro grados y del que salíamos preparados para el examen de ingreso en la enseñanza media. Los cimientos es el elemento más importante de la construcción. Sin ellos el mejor de los edificios acabará cayendo. Por eso mi memoria destina una parte a aquella época y sobre todo a aquellos hombres. El amor por la lectura y el saber vino en parte de las manos de ellos. He procurado en mis publicaciones hacerles mención. Merecida y necesaria mención a una profesión que la sociedad actual no aprecia, cuando en sus manos está el primer peldaño del futuro. Por eso a mis maestros les quedo siempre muy agradecido.

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