Por Junio acaba el curso escolar.
El tiempo le borra a uno la fecha exacta del día pero el recuerdo de otras
cosas permanece inalterable. Mi escuela era el Grupo Escolar de Mariano
Velasco, en la Magdalena. Me queda una visión imborrable de mi periplo escolar.
No era una escuela al uso, pese a su ubicación en un barrio de extracción
humilde y precaria que era el cuadro general de la mitad de la década de los
cincuenta, para una parte de la población. Tenía una escuela enfrente de mi
casa, la de Los Caños, en lo que fueron las Carnicerías, hoy abandonadas por la
incuria. Sin embargo mi padre no erró en la elección. Aquella unidad escolar
magdalenera, disponía de una biblioteca. No era excesivamente grande, pero sus
acristaladas mamparas fueron la mejor ventana por la que el mundo futuro de
Verne y las aventuras de Salgari, se colaba por aquellos vidrios turbios.
Teníamos un comedor en el que se proporcionaban treinta o cuarenta comidas
diarias, de asistencia periódica obligatoria para no hacer distinciones de la
necesidad. La comida se recogía diariamente en el Hospicio de Mujeres (Palacio
de Villardompardo), con un carrillo que portaba aquel perol inmenso. Había cola
para llevarlo. En la misma planta baja se ubicaba una sala que denominábamos “la
mecánica”. Allí se impartían clases de carpintería, ajuste y algo de
electricidad, para aquellos alumnos a los que se adivinaba que los estudios nos
les acompañaban. Finalmente, en la última planta, una habitación soleada,
orientada hacia el castillo, albergaba cientos de canarios que eran cuidados
por los alumnos más aventajados. Le llamábamos “el coto”. Todo esto hubiera sido imposible sin la
dedicación de los maestros que en aquel grupo impartían su docencia. D.Angel Martínez
López en los parvularios, D.Luís Martínez Piña, Director y maestro del segundo
grado, D.Adriano León, regía el tercer grado y compartía las clases de “la
mecánica” con D.Armando Zamorano Real, a cargo del último de los cuatro grados
y del que salíamos preparados para el examen de ingreso en la enseñanza media.
Los cimientos es el elemento más importante de la construcción. Sin ellos el
mejor de los edificios acabará cayendo. Por eso mi memoria destina una parte a
aquella época y sobre todo a aquellos hombres. El amor por la lectura y el
saber vino en parte de las manos de ellos. He procurado en mis publicaciones
hacerles mención. Merecida y necesaria mención a una profesión que la sociedad
actual no aprecia, cuando en sus manos está el primer peldaño del futuro. Por
eso a mis maestros les quedo siempre muy agradecido.
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