TIEMPOS Y HORAS
Los días transcurren ahora de
otra manera. La pauta urbana que controla el ritmo diario de nuestros latidos,
ha desaparecido. El limitado horizonte de las paredes que encajonan nuestras
miradas se han roto. Los acrílicos colores
que nos rodeaban con adecuada uniformidad elegida han sido sustituidos
por la aleatoria combinación que proporciona lo natural. Ahora la amplitud del
paisaje permite una libre elección del disperso orden de colores que han ido
salpicando los fondos marrones y blanquecinos de esa gran pantalla que ofrece
el valle del Guadalbullón, con el pico de Moroche sobrepuesto a los grises de
la imponente Sierra Sur. Un cuadro de colores modificados por la mano antrópica
en el que los amarillos del cereal han sido sustituidos por el verde oliva, que
circundan esos puntos de pincel blanco
marcando los cortijos y caserías de las faldas medias y bajas de la
sierra. El reloj se ha quedado colgado en el mismo clavo en donde reposaba la
vieja llave de la cuadra. Ya no marca las horas, tal como deseaba la canción
lejana de Lucho Gatica. Tras el alba, y un poco más arriba del caserón del
Espeso, la serrezuela de Pegalajar deja asomarse los primeros rayos de sol que
se filtran entre las tupidas ramas de los pinos y las luces y las sombras comienzan
a derramarse por la lonja de la casería para ir marcando en el suelo el
transcurso de la jornada. Sin segundos, sin minutos, sin horas.
Del valle del río, sube en los
atardeceres una brisa que mitiga en parte el rigor veraniego y ordena silenciar
el canto monótono de las cigarras que durante el día acompaña al entorno,
huérfano ya de tordos, jilgueros y verderones.
Nos anuncia que el día comienza a tocar fin y entonces fijamos nuestra
vista hacia el sur para ver como el sol en su caída pinta de bellos e infinitos
matices esa sierra que domina el punto
cardinal.
A veces la brisa cesa. Deja paso
a un tórrido vendaval de aire, que viene cargado de cuentos e historias de
oriente lejanos, que quedan prendidas en las ramas de los pinos; entre ellas se
hablan y cantan: es el aire solano. Arranca las flores secas del adelfar y
alfombra el paseo que transcurre entre higueras y algún que otro frutal más. Este viento fuerte y hasta molesto limpia los
ramajes de viejos nidos y hace caer alguna que otra historia, que son recogidas
entre las agujas secas del pinar, como esta que ahora os relato. La columna y quien está tras de ella se
aprestan a ver como pinta la uva y su madurez, para volver cuando las higueras
estén en su mejor sazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario