La presentación de listas a las
próximas elecciones, ha sacado a la luz el fichaje de algunos toreros para engrosar
las filas parlamentarias. He buscado en los anales de la política española
alguna referencia previa que tuviera similitud con que profesionales del toreo hubieran cambiado las
artes de Cúchares, por las de Sagasta. No he encontrado nada. Como tampoco me
suena que ningún torero se haya pronunciado, tiempos atrás, ante los muchos
problemas sociales o económicos que acucian a España. Más bien han procurado
mantenerse al margen de todo e ir a lo suyo que es engañar al toro con la
muleta, cortar orejas y rabos, y
conseguir una buena hacienda con su correspondiente ganadería.
Al parlamentarismo español,
bastante polarizado en estos últimos tiempos, con el verbo grueso, desmedido e
insultón, no le faltaba más que añadir este ingrediente de irreconciliables pasiones taurinas, para
volver a aquella España de: Viva Lagartijo, muera El Guerra.
Imagínense una sesión de nuestro
Congreso en la que su Presidente, saque el pañuelo blanco, para cambiar de
suerte en la palabra. O que el interviniente brinde su discurso, montera en
mano. O, a sensu contrario, una mala
tarde de un torero, sea castigada con una moción de censura, en vez de la
tradicional tirada de almohadillas.
El desempeño de la representación
ciudadana requiere, en mi opinión, una trayectoria mínima que acredite por lo
menos esa voluntad de servicio al colectivo común. Independientemente del color
político, al menos seriedad. La política no puede convertirse en un cartel de
Las Ventas en San Isidro.
Se cuenta una anécdota del gran
torero Juan Belmonte, conocido por el
Pasmo de Triana, que en una corrida de toros una persona relevante le pregunto
al “maestro” por un tal Miranda, que había sido banderillero suyo con bastante
arte en colocar los palos. Y contesto
Belmonte: Ahora está de Gobernador en Huelva. El contertulio asombrado volvió a
preguntar: ¿Y cómo ha llegado hasta ahí? A lo que el Pasmo de Triana,
genialmente contestó: Pues degenerando, degenerando.
Es norma de lógica, que en el
Congreso haya políticos, y en las plazas de toros, toreros. El mundo del revés,
puede formar parte del artificio literario, pero nunca de la política Pero además es lo que le conviene a un país
para progresar y consolidar su democracia.
Sin ocurrencias
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