Hace años, en mi época de
estudiante en Granada, solía subir a los jardines del Generalife y contemplar
desde allí las bellas puestas de sol de la vega granadina. Una tarde se sentó
junto a mí un anciano de barba blanca y
rala, de porte noble y faz morena. Me hablaba mezclando el castellano con el
ladino, lengua que utilizan los sefardíes y dijo ser descendiente de Ben Abuz,
sabio y astrologo judío que habitó Granada en la época de Boabdil.
Vino a contarme algunas historias
heredadas de generación en generación y entre ellas recuerdo esta por su especial
significado.
Allá por las tierras de Arabia,
vivía un muchacho de nombre Amel dedicado a la agricultura y ganadería. Tenía
una casa, con una pequeña huerta. Al lado de esta crecían dos palmeras y a
pocos metros se levantaba el brocal de un pozo.
Muchas noches Amel soñaba de
forma repetitiva que veía un gran palacio, con escalinatas de bellos mármoles y
columnas de jade, en el que habitaba un rey bueno y justo con sus súbditos.
Obsesionado con el sueño, decidió ponerse en marcha y buscarlo.
Tras meses y meses de indagar y
caminar al fin logró llegar a aquel palacio de sus sueños.
Al subir las escaleras varios soldados de la
guardia real le impidieron el paso, lo maltrataron y lo expulsaron de allí. Una
y otra vez lo intentó hasta que fue hecho prisionero y llevado ante el rey para
ser juzgado. El rey le preguntó cuál era la causa de su actitud. Amel le dijo
al rey. : He hecho un largo viaje de
meses y caminos para llegar hasta aquí, porque en mis sueños siempre aparecía
este palacio y su rey, y quise encontrarlo. Cuando he llegado me maltratáis y me hacéis prisionero. El
rey ordenó que lo soltaran y le dijo:
Mira, yo
sueño todas las noches con una casa que tiene una huerta y dos palmeras y a
pocos metros se levanta el brocal de un pozo. Y sueño que al lado del pozo hay
un gran tesoro. ¿Tú crees que yo puedo dedicar mi vida a perseguir sueños, que
solo son eso? Anda marcha de nuevo a tu casa y ocúpate de tu oficio, que es lo
práctico.
Amel antes de irse le contestó: señor, los sueños nos hacen movernos como a
mi ahora, y a veces siguiéndolos los hacemos realidades.
Amel emprendió el camino de
vuelta a su hogar. Y llegó a su casa que tenía una huerta, y cerca de la casita
dos palmeras y a pocos metros, el pozo.
Y excavó al lado del pozo y encontró el mayor tesoro del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario