Unos 1500 años atrás las
privilegiadas clases por el orden nobiliario, económico o social, escogieron el
altozano del cerrillo del Salido en La Guardia como distinción en el descanso
eterno de sus espíritus.
Quizás debieron hacerlo antes en vida, y
buscar la paz interna antes que la eterna. En ese promontorio me acomodo en más
de una ocasión a las últimas horas del día declarándome ajeno a estas ventanas
de la muerte que lo horadan, para contemplar como las sierras del sur y del
este son acuareladas en las postreras luces, por un sol que da lo mejor de si,
sabedor de su ocaso. Una pincelada solar que viste cada rincón de colores y
volúmenes desconocidos, no imaginables en el transcurso de la imagen
que nos traslada el resto de día. Luminosa, si, pero plana y uniforme.
Nos descubre la belleza de las
sombras, y trasgrede nuestro imaginario por el que sólo la luz es creadora de
la imagen, cuando no hay una sin otra. Y en ese juego transcurre la propia
existencia.
Es en la contemplación de la
imagen bella, plástica, pero tras la que
avanza de forma inexorable el manto que la sombra poseerá, la que permite reflexionar;
es la que se enreda en el interior profundo del ser y lo transmuta en serenidad
y paz. Saber que serán instantes cortos, pero que como las glicinas se
enredarán en tu interior de forma permanente para hacer florecer tus primaveras
cuantas veces desees, incluso en los inviernos más crudos.
Porque no es una búsqueda exclusiva de la
estética, sino del mensaje que trasciende y permite igualmente valorar el instante y el
momento, sin buscar la continuidad del mañana, ni si quiera la estética de las
estrellas de la noche, ni del amanecer que las vencerá. Es esto de complicado entendimiento y más que lo
acompañen a uno en este artificio de las ideas.
La mística generosa de la
naturaleza, sustituida hoy en día por la superficialidad y por la valoración
exclusiva de lo material nos aparta cada vez más de la civilización.
Es difícil entender la locura
griega, pero como decía al principio, desconozco como es la paz eterna del
alma, pero con toda seguridad aquellos visigodos que la buscaron en ese mirador
privilegiado, la hubieran encontrado en
vida dejándose acariciar por esos atardeceres; menos duradera, pero
infinitamente mas bella. Opción propia
de la cultura mediterránea. No debemos olvidar que nunca pertenecieron a ella,
y que los romanos los denominaban “barbaros”, es decir: extranjeros, ajenos a
la cultura propia.
Por eso prefiero sentir y sentirme de manera
profundamente griega, civilizadamente griego.
Σ 'αγαπώ , εσείς που είστε ομορφιά
S
'agapó , eseís pou eíste omorfiá
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