20 de abril de 2020

II CUADERNO DE BITÁCORA DEL BUQUE CORONA V


DÍAS, 2,3 y 4.
Hace unos diez días se veía venir el temporal.  Este no iba a ser uno más. A diferencia de otros momentos históricos en que la humanidad se ha tambaleado, en esta ocasión los avances científicos nos daban la impresión de habernos instalado en una fortaleza inexpugnable capaz de resistir todos los ataques de los males pasados y venideros.
Ahora nos damos cuenta que somos aldeanos globales, pero sobre todo aldeanos, desde el punto de vista de pertenecer a un núcleo mínimo que a nosotros nos parece ser el centro de referencia única. 
 Acabamos de descubrir que el sol no gira alrededor de la tierra. 
La globalización nos ha desbordado. Tras las crisis económicas, ahora nos vemos afectados por una pandemia que nos arrolla como las hojas que caen a la corriente de un rio. Es entonces cuando nos damos cuenta  de nuestra fragilidad. 
El pasado no lo podemos modificar, sólo actuar en el presente para mejorar el futuro, pero nos empecinamos en repetir conductas y grandes errores. Tras la guerra mundial de 1914, la sociedad europea convino que no habría más confrontaciones. Así,  se denominaron a las décadas siguientes: los felices años 20 y los alegres años 30, después vendrían los belicosos 40. La euforia se adueño de aquellas generaciones que muy poco después volverían a los campos de batalla bajo fórmulas y justificaciones  más crueles que las anteriores. El doloroso olvido del pasado. 
Cuando despuntaban las primeras señales sintomáticas, me expresaba en las redes sociales: Veremos a grandes convertirse en villanos y a pequeños convertirse en grandes. Transcurridos cuatro días de navegación, la palabra se hace realidad. 
Estamos aprendiendo a valorar a colectivos que prestándonos servicios esenciales han sido vistos como objetos naturales de un paisaje, que a fuerza de pasar muchas veces ante él, pasa inadvertido ante nosotros. Se nos ha detenido el tiempo; realmente ni siquiera era nuestro porque lo estamos malvendiendo; mal utilizando en cuestiones fútiles. Nos hemos detenido y comenzamos a darnos cuenta de la contribución que aportan a nuestro bienestar todas esas personas. Además lo proclamamos públicamente en un coro vespertino de solidaridad y agradecimiento. Aprendemos que hay una disciplina necesaria individual para resolver un problema común.
Las reclusiones en los hogares son duras; no lo podemos negar. Pero seamos positivos y pensemos que quizás estemos haciendo un curso de humanidad. Falta nos hace.


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