DÍAS, 2,3 y 4.
Hace unos diez días se veía venir
el temporal. Este no iba a ser uno más.
A diferencia de otros momentos históricos en que la humanidad se ha tambaleado,
en esta ocasión los avances científicos nos daban la impresión de habernos
instalado en una fortaleza inexpugnable capaz de resistir todos los ataques de
los males pasados y venideros.
Ahora nos damos cuenta que somos aldeanos globales,
pero sobre todo aldeanos, desde el punto de vista de pertenecer a un núcleo
mínimo que a nosotros nos parece ser el centro de referencia única.
Acabamos de descubrir que el sol no gira
alrededor de la tierra.
La globalización
nos ha desbordado. Tras las crisis económicas, ahora nos vemos afectados por
una pandemia que nos arrolla como las hojas que caen a la corriente de un rio.
Es entonces cuando nos damos cuenta de
nuestra fragilidad.
El pasado no lo podemos modificar, sólo actuar en el
presente para mejorar el futuro, pero nos empecinamos en repetir conductas y grandes
errores. Tras la guerra mundial de 1914, la sociedad europea convino que no
habría más confrontaciones. Así, se
denominaron a las décadas siguientes: los felices años 20 y los alegres años
30, después vendrían los belicosos 40. La euforia se adueño de aquellas
generaciones que muy poco después volverían a los campos de batalla bajo
fórmulas y justificaciones más crueles
que las anteriores. El doloroso olvido del pasado.
Cuando despuntaban las primeras señales
sintomáticas, me expresaba en las redes sociales: Veremos a grandes convertirse
en villanos y a pequeños convertirse en grandes. Transcurridos cuatro días de
navegación, la palabra se hace realidad.
Estamos aprendiendo a valorar a
colectivos que prestándonos servicios esenciales han sido vistos como objetos
naturales de un paisaje, que a fuerza de pasar muchas veces ante él, pasa
inadvertido ante nosotros. Se nos ha detenido el tiempo; realmente ni siquiera
era nuestro porque lo estamos malvendiendo; mal utilizando en cuestiones fútiles.
Nos hemos detenido y comenzamos a darnos cuenta de la contribución que aportan
a nuestro bienestar todas esas personas. Además lo proclamamos públicamente en
un coro vespertino de solidaridad y agradecimiento. Aprendemos que hay
una disciplina necesaria individual para resolver un problema común.
Las
reclusiones en los hogares son duras; no lo podemos negar. Pero seamos
positivos y pensemos que quizás estemos haciendo un curso de humanidad. Falta
nos hace.
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