Soplaba el
aire dulzón del Poniente, que limpia el Altozano de hojas de plataneras y de
miasmas de todo tipo.
Apareció
doblando la calle San Jacinto, con un paso pausado. Ni largo ni corto. Lo justito para no
descomponer el andar postinero y elegante. Se adorna con un terno clásico de
chaqueta de pata de gallo. Algo raída, porque la vida no le permite más
alegrías textiles. Pero limpia y desprovistas de aromas de alcanfores. Camisa azul tenue,
pañuelo grana y pantalón de raya herreriana, cierran el faralaes diario del
Biempe. Cubre su cabeza, desprovista ya en gran parte de protección capilar,
con un sombrerito de fieltro verde tipo trilby, dejando rebosar una rizada
melena blanca, que dice darle cierto aire de poeta, como Alberti. Adornos
dignificantes de madurez, según “el Biempe”.
Realmente se
llama Rafael, pero todos los conocen por Biempe. De la familia, por parte de
madre, de los Biempeinaos. Los motes, cuyo origen señalador de características
físicas, sociales o síquicas nacen muchas veces con afán de estigma. En este caso, no. Los
Biempeinaos, forman parte del blasón de la nobleza y aristocracia popular, con
casa solar en Triana. Vendedores de antiguedades al por menor y mayorista.
Vamos a La
Antigua, en la calle Pureza. De barra corta. Muy corta, pero de madera vieja.
Muy vieja. Techo bajo, recoleto,
avigado. Dejando ver sin pudor la esencia de lo que fue. Apenas tres
mesas pegadas a la pared y un tonel que reparte el poco espacio que permite el
establecimiento. Hay carteles en las paredes motivados de flamenco. Como tiene
que ser en un sitio como este.
Tras el
mostrador una profusa colección de barriles de no más de una arroba, que nos
anuncian en su leñosa cara de qué queremos hablar. Porque cada vino tiene su
habla.
-
Se está
bien aquí dice Biempe; no hay que buscar mucho tendido para lucir la faena.
-
Todo es
tendido.
Sobre lo que
está diciendo y con su copa de manzanilla ya mediada remata:
-
Las distancias
cortas son las mejores “pa” cantar una soleá, decir un querer o
robar un beso.
-
Poco
personal “pa”escuchar una buena solea que salga del corazón, y menos “pa”decirse
un querer. Las dos cosas hay que hacerlas aquí susurrando.
¡! Que maestro, el Biempe!!
Apenas
hablada la segunda copa, Biempe me indica, -Vamos
pa la calle Adriano, que tengo que dejar un mandao.
-
¿Y después?
Después a la
Alameda, pero sin fatiguitas y con paradas. Me está esperando el Macoqui.
Macoqui y la
noche por delante……..
(A los escritores Alfonso Fernandez, y al otro
Alfonso: Grosso. Sin ellos jamás entendería Sevilla; y a alguna que otra persona más…)
1 comentario:
Que buenos ratos los que se saben saborear
Publicar un comentario