8 de mayo de 2014

JABALCUZ: LA SIESTA DE LA DESIDIA


El tiempo le desvela a uno muchas cosas, pero pasada la edad media que llaman al lustro largo, no queda espacio más que para la razón y la realidad cruda.


Debajo del monte negro no había ningún volcán y sus aguas termales lo son por otras circunstancias geofísicas diferentes al vulcanismo. Siempre es tiempo de aprender. Y de Jabalcuz hay que hablar no solo por este descubrimiento, aunque sea tardío, sino por otras negras cuestiones.

Hablar hoy de las termas de Jabalcuz es como hacer una monografía de los extintos dinosaurios, e intentar a través del ADN de la historia, resucitar algo que formó parte de un paisaje de su época, pero que ya no existe. Para saber porqué se extinguieron estas especies que tiempo atrás llamaban antediluvianas (como si no hubiera llovido después) hemos tenido que esperar muchos años. Lo de Jabalcuz ha estado claro siempre.

Jabalcuz y su balneario era parte pro indivisa de un entorno único. Utilizo el término jurídico proindiviso, para dar una idea clara de la gran dificultad que supone romper esta unidad, y en el caso de que se logre el resultado final es una devaluación de lo que se fracciona, de lo que se somete a esta rotura.

Las termas, los jardines anexos, las casitas ocupadas por veraneantes, la abacería y la taberna de María eran un todo.

Pero ese desamor genético que nos caracteriza, propició la desprotección urbana del paraje, que no fue casual en la medida que la especulación y el beneficio conspicuo del ladrillo se adueñaron de Jabalcuz y asolaron el paraje. Sin una voz; sin una lágrima; agachando la cabeza, porque las cosas son así. Como el cine Cervantes, como la judería.

Es la “siesta de la desidia” permanente de esta ciudadanía que espera que las cosas se solventen mediante la taumaturgia o la chamaneria.

Jabalcuz ha sido aprovechado por los políticos como falsa moneda acuñada en el Banco del Incumplimiento y del Despropósito, removiendo el estanque de la nostalgia para sacar rédito electoral, que se desvanece con el suspiro del tiempo.

Hay nostalgias que solo conducen a evocaciones estéticas para acallar la conciencia de las obligaciones incumplidas como ciudadanos.

Cada cierto tiempo, y para acallar esta conciencia del pecado civil de la indolencia, el paisaje de Jabalcuz es llorado en manifestaciones sublimes, para evocar su recuerdo. Un réquiem laico que aun siendo muy hermoso no resucita a nada ni a nadie.

Las ciudades que han cuidado de su pasado son las que tienen un buen futuro. Con un pasado como este no hay porvenires que valgan.

No hay comentarios: