La serpiente veraniega zigzaguea
en las largas noches de caluroso insomnio. Para calmar su desasosegado trasiego, la radio
vela la noche. En el ir y venir
del dial un periodista de la Cope ponía en boca del político catalán Sr. Duran
i Lleida el siguiente aserto: La corrupción es algo consustancial al
hombre e inevitable.
Para abonar tal tesis acude el Sr.
Duran a la teología política, atribuyéndonos la universalidad de un pecado
original para el que además no habrá ni redención ni redentor. Manchados todos
nadie puede distinguirse de otro aplicando para ello el principio de igualdad,
que olvida para otras cuestiones y derechos de ámbito universal.
De esta manera todo se diluye. Los que son
corruptos hacen uso del pecado intrínseco, porque los que no lo son también
están manchados y no pueden ejercer de acusadores. Así ante el posible
beneficio del ejercicio corrupto, el que pudiera tener algo de reparo opta
también en beneficiarse puesto que en el juicio universal (versus Durán i Llleida) será acusado del
mismo pecado, sin beneficio alguno. Es como el viejo refrán de “el
tabernero viendo que perdía también bebía”.
El Sr. Durán es un tahúr de la
ecuación filosófica y pretende que averigüemos donde está la bolita de los tres
vasos que el mueve hábilmente en la mesa.
La corrupción es una patología de
la ética adquirida como consecuencia del mal uso del poder, de la política o de
la ambición entre otros. Ninguno de estos tres conceptos, por ejemplo, son sinónimos de la
corrupción, salvo cuando prostituyen su fin. Un fin bien definido en el viejo concepto del esplendor
griego de Pericles: el fin del poder la “eunomia”: el buen gobierno. El de
la política: la “isonomía”: la
igualdad ciudadana.
Yo no creo como Rousseau en su “Emile”, en el “hombre
bueno por naturaleza”, pero si en la educación de la voluntad, de la buena
voluntad. Usted ha escogido otra parte del rábano filosófico de Rousseau, por
la cual “Emile” participaba en una sociedad inevitablemente corrupta.
No nacemos corruptos Sr. Durán,
ni todos somos corruptos por naturaleza.
La mía no lo es, ni la de muchos ciudadanos y ciudadanas. Se es corrupto
por decisión, por oportunidad y por voluntad y no por naturaleza. Estoy seguro
que en alguna circunstancia personal, profesional, etc. se nos ha presentado la
ocasión de corrompernos, pero la facultad de ordenar nuestra conducta, que es
la voluntad se ha decantado por no aceptarlo.
Usted es un demócrata-cristiano,
nacionalista-catalán y con seguridad su educación primaria, secundaria y
universitaria le habrá permitido más que a mí ser instruido en la filosofía que
expongo, contraria a su tesis actual, por la que pretende repartir dividendos en esta cuestión,
asaltado sin duda por el caso “Palau”, en el que presuntamente se cobraron
comisiones por adjudicación de obras para financiar a CDC.
Como mediterráneo y clásico a
pesar de ser de ciencias, no me queda más
remedio que hacer nuevamente alusión a los griegos de hace 2500 años: La
corrupción no tiene como elemento esencial los bienes y la riqueza. Hay otras
peores: la corrupción de principios y de ideas hace aun más corruptas a las
personas que se cobijan en ella, porque el daños a la polis es mayor.
Estoy casi seguro que esto
también lo leyó usted, pero se le debe de haber olvidado.
A mí no.
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