ESTAMBUL
Sentado en
Ortaköy,
cuando el
sol
se pinta de
azafrán,
la sangre
me huele a
hierbabuena.
El Bósforo
se tiñe
de olores
hasta que el
agua
se torna
café espeso
en esa taza
pequeña
en la que se
vuelca la noche.
Del otro
lado del puente,
exhalan los
alminares
una brisa de
canela,
un cante
que me sabe
a seguiriyas.
Cante de lo
que se acaba
sin descifrar
si habrá mañana.
¿Y mañana?
El alba
revoloteará
entre el
verdirojo de los geranios
de la
Mezquita Azul,
y la luz
volverá a Estambul.
In sha Allah
¡!
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