Cuando alguien intenta gestar un proyecto cultural en esta ciudad debe de ponerse en la figura de aquel que estando en la estación de ferrocarril de Jaén situada en su parte más llana y baja, se propone como meta subir andando al castillo.
Condiciones indispensables son la preparación física y la voluntad puesto que a mas de cuestas deberá sortear intrincados callejones siquiera para llegar a la falda del cerro coronado de almenas. No le han faltado ambas condiciones a mi amigo Matías para recorrer esa senda de metáfora y llegar a terminar su obra literaria Leyendas de Jaén y otras Historias, que ha pulido con esmero hasta insertar sus finis coronat opus.
Así mi amigo Matías: Matías Ráez Ruiz, ubetense como el cronista Cazaban, y humanista curioso, se propuso hace tiempo ir recopilando cuentos y leyendas de Jaén. Pero no una recopilación de lo que ahora se llama “copiar y pegar”, sino que ha hecho un uso contrastado de la fuente de transmisión oral, alpargateando una y mil veces los callejones del viejo Jaén.
Utilizando la sabiduría del escuchar ha pasado al papel, letras, palabras y oraciones, contadas con el verbo popular de la calle, a la vez que ha buceado también en las fuentes escritas.
Y ese procesionar callejero lo ha trasladado a su relato mediante itinerarios que invitan al lector a dar vida “in situ”, al trasgo o mengue, al amante despechado, al fraile volador, o a la caverna de mítico significado, cuando no al duendecillo, sin señor que llevarse a la boca, hoy desalojado por la piqueta y al que a falta de piedra vieja que lo acoja, terminará pidiendo asilo en el centro de emigrantes. Así convierte al lector en parte viva de la leyenda y actor de la obra.
Mezcla el relato con el comentario añadido de fino humor (antiguos alumnos cincuentones de la Miga de Piedra…), (el Látigo Rojo), etc. y convierte la heterodoxia en animado rellano que invita a continuar la lectura.
Lo he acompañado en algunos de esos periplos de indagación callejera en donde he comprobado cuanto comento para finalizar junto a él fomentando el PIB de las tabernas que al final son de obligada visita para reparar la fatiga y hambre del mucho andar.
Además practica la filantropía literaria, por cuanto su obra tiene como condición la gratuidad.
El viejo Tucídides en uno de sus relatos históricos hablaba hace dos mil quinientos años del “reconocimiento de los hechos” de estos hombres sabios. La literatura es un campo ingrato para ello y esta ciudad más inhóspita todavía, así que voy a tratar al menos de que estas líneas tengan un efecto balsámico temporal de este mal endémico.