En los otoños hay una música que colorea los vestidos naturales de las arboledas. Son los álamos y las choperas de las frondas de los ríos, los primeros que se dejan acariciar por los ponientes dulzones y se ruborizan utilizando los tonos amarillos y ocres para finalmente dejarse llevar en un baile lento y acompasado. En su danza van buscando posarse en aquellos huecos en donde el rigor de la seca dejo al descubierto la tierra yerta tapizándola de colores, arropando maternalmente a la Pacha Mama para que bajo su capa nuevamente los verdes vuelvan a renacer. La naturaleza se adorna de esa lirica de colores para enmarcar el inexorable ciclo que permite el tránsito de la renovación, enajenándolo de tragedia para revestirlo de la estética necesaria que debe acompañarla en este trecho biológico. Los “sapiens” de hoy medimos el tiempo, porque vivimos desacompasados de las pautas ancestrales. Los tiempos naturales son ajenos a nuestros relojes y calendarios. Estos últimos, a modo de arboles, se arraciman de hojas artificiales, que dividimos en días a los que les asignamos tutelas, protecciones de divinidades y santorales, advocación arrastrada desde las antigüedades clásicas. Satisfechos o no, de estas protecciones arrancamos las hojas estableciendo nuestro propio orden, a veces sin darnos cuenta que en las fechas que las componen se esconden hechos terribles de cuyo recuerdo nos libramos mandándolos a la papelera que se constituye en pozo del olvido y en relajo de conciencia cínica. En ocasiones, el olvido y la dejación que son trampas para luchar contra el inevitable alcance del tiempo, nos llevan a intentar artificiar la tesis de Agustín de Hipona de que el tiempo sólo es presente, sin pasado ni futuro. Pero eso por más que queramos, el espejo a diario nos muestra que los presentes son efímeros y como las hojas nuestros apéndices vitales comienzan a desgajarse. La cuestión más que agustiniana es senequista. Es tomar conciencia en qué lo empleamos de forma provechosa, con la plenitud aceptada de los ocres y amarillos naturales. Al hilo de ese artificio de la última hoja que marca un final, hay otro más natural: lo que empieza de nuevo, que en cuarta acepción de la RAE, nos dice: Nuevo.- “Distinto o diferente de lo que antes había o se tenía”. Pues se trata de eso. Distinto al avance de las autocracias y la ultraderecha; distinto al descrédito de la justicia. Distinto a esa repetición de la especulación de bienes primarios y de la alimentación, con el consiguiente daño a las clases más desfavorecidas económicamente. Distinto al aumento de la violencia de género. Distinto para que nuestra democracia, no se devalué más. Distinto para concienciarnos de la gravedad del cambio climático. Arranque la última hoja, pero no la tire, sino quiere que las piedras caigan en su propio tejado. Lo mejor para el cercano año 2023, pero sobre todo que sea distinto.